La educación de la clase alta en Argentina es un terreno poco «explorado». Las Ciencias Sociales, por razones legítimas (ideológicas y teóricas) siempre privilegiaron los estudios e informes sobre los sectores populares y medios. Sin embargo, conocer lo que las clases elitistas pretenden en materia educativa es relevante para así entender los procesos de construcción de las desigualdades educativas en el país.
Los argentinos tienden a enviar a sus hijos a colegios privados. Sólo en Buenos Aires hay casi 100 colegios bilingües, y una buena parte de ellos tienen cuotas mensuales que parten desde los $ 5.500 para una sala de 2 años (nivel inicial), y que pueden hasta alcanzar los $ 18.000 en el nivel secundario.
¿Qué busca la elite al elegir un colegio para sus hijos?
Estas familias buscan escuelas prestigiosas que den formación académica que les permita a sus hijos desempeños óptimos en su inserción universitaria y laboral. Además, garantizan la inserción de los chicos en un universo semejante al de la familia; ofrecen una experiencia escolar rica en aprendizaje y brindan una red de pertenencia y vínculos sociales para el futuro. Las familias de clase alta buscan mantener una tradición familiar, una formación en valores, homogeneidad social (tener un grupo de pertenencia que comparta los valores no sólo refuerza la identidad en una etapa fundamental, también ayuda a transitar un mundo cambiante e incierto), instituciones con trayectoria y prestigio, formación bilingüe (o trilingüe) , excelencia académica, profesores extranjeros y que posea una orientación internacional. Las instituciones pueden tener proyectos pedagógicos distintos. Algunas pueden orientarse a la formación para un mundo competitivo y globalizado, otras se aferran a la preparación tradicional y religiosa o se orientan a la formación academicista.
Sin embargo, no existe un sólo tipo de clase alta. Hay varios tipos de elite. Hay un sector poderoso económicamente al cual no le interesa lo intelectual, pero hay otros que buscan la excelencia académica. Por otro lado, están los intelectuales que buscan la mejor educación, pero que no siempre tienen el dinero para pagarla (como los deciden mandar a sus hijos al Nacional Buenos Aires). Todos pertenecen a una elite «especial» pero se forman de diferente manera.
Pasan los años y estos colegios «elitistas» se mantienen casi intactos. Es un fenómeno interesante para analizar, porque si hay un lugar dónde impactan los cambios sociales de un país, ése es la escuela. A pesar de ello, esto no sucede en éstas, a fuerza de tradiciones, una completa formación bilingüe, nombres y apellidos de familias «ilustres» que se repiten en los listados generación tras generación, himnos escolares extranjeros, festivales de bailes escoceses. Todo esto crea un fuerte sentido de pertenencia a un grupo social de «elegidos» y también cierta ilusión sobre algunas garantías que se mantendrían en la vida adulta.
En el caso de colegios como el Northlands, el St.Andrew’s , el St.George’s , se espera que su exigente formación académica prepare a los esudiantes para ingresar y prosperar en las mejores universidades del país y el exterior. Suele ser obligatorio cursar y rendir los exámenes del Diploma de la Organización del Bachillerato Internacional (IBO). La IBO es una organización académica con sede base en Ginebra que da currículo y metodología pedagógica de avanzada a 1.600 colegios de 128 países. Mide el nivel académico y sirve como examen de ingreso para universidades de todo el mundo. La mayoría de estos colegios tiene bachillerato internacional.
También se destacan por sus actividades extracurriculares (pintura, música, teatro) y las acciones sociales del tipo solidarias. Mantienen profesores prestigiosos, autores de libros, muy actualizados, gracias a cursos, viajes al exterior y salarios altos. En general siguen ciertos ritos de las comunidades a las que pertenecen: respetan las fiestas de sus patronos, las fechas patrias y hasta sus vacaciones. Celebran jornadas abiertas (Open Days) para mostrar los trabajos de los alumnos. Los deportes tienen una importancia capital: los clásicos son hockey y rugby, pero también atletismo, y entre los más costosos, los alumnos practican equitación, esgrima y, hasta corren regatas. Son colegios que «venden» tradición, trayectoria, y a la vez renovación académica y edilicia, que incluye lo último en tecnología. Una combinación tan cara como atractiva.
En colegios como el Cardenal Newman, además del tema de la religión (es católico), a diferencia de la gran mayoria que suele ser laico, se suele destacar que allí se forman grupos que terminan siendo amigos de toda la vida.
Una de las bases del colegio es el deporte (rugby y football), allí se inculcan valores solidarios por la acción social que desarrolla y también un gran sentido del compañerismo. La asociación de ex alumnos es muy fuerte, organiza cenas, fiestas, reuniones, galas y hasta viajes.
Desde hace años en el país se aborda la problemática de la desigualdad educativa enfocando la mira en la situación de los más pobres. Sin embargo, si se trata de caracterizar la desigualdad, la mirada debe ser inclusiva de todo el espectro de situaciones. Es a través de la constatación de las distancias, las diferencias y los contrastes, que los individuos, los sectores y los grupos pueden ser posicionados en el mapa social y educativo.
Hay un conjunto de escuelas que atienden a los sectores más altos de la población y que tienen como meta fijar a sus alumnos en la posición de privilegio de la que gozan sus familias. Estas escuelas desarrollan un perfil institucional claro que se define en diálogo con los valores y tradiciones de la comunidad a la que atienden. De modo que al interior de este conjunto existen grupos de escuelas muy diferentes entre sí. Algunas de ellas organizan su propuesta a la luz de los valores de la tradición religiosa y los símbolos asociados la distinción de clase y de linaje familiar. Otras en cambio, recrean una simbología asociada a la del empresario exitoso, cosmopolita y victorioso en un mundo fuertemente competitivo. En general son instituciones «totales», que monopolizan el tiempo y las actividades de sus alumnos y construyen de este modo un cerco que los protege del afuera y de los otros que no son pensados como iguales, sino concebidos como sujetos de la solidaridad que es el eufemismo creado por las escuelas para las prácticas asistenciales.
Es difícil comparar estas instituciones con las que atienden a los sectores más bajos de la sociedad. No es sólo que en unas se aprende más que en otras, o que los saberes que por ellas transitan son más o menos acordes con las exigencias del mercado de trabajo. La situación es otra. Son escuelas que preparan a sus alumnos para mundos diferentes. Lo claro es que no hay equivalencia entre estos mundos: unos están destinados al éxito y al cosmopolitismo, y otros a permanecer anclados en la necesidad.